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Cuando Cartier-Bresson captó la esencia del vino

Cuando Cartier-Bresson captó la esencia del vino

Una gran foto y tres preguntas

Henri Cartier-Bresson hizo en 1954 el gran fotón que debería representar el pasado, el presente y el futuro del vino. La imagen se titula simplemente "Rue Mouffetard" y muestra a un niño acarreando dos botellas de vino casi tan grandes como su torso. Una maravillosa escena cotidiana.

La cara del chaval es hipnótica; su expresión, feliz, inocente y traviesa a un tiempo. Está atareado con algo que en la época debía ser lo más normal. Un niño llevando vino, ¿pero dónde? Eso es lo primero que nos preguntamos al ver este instante. Quizá a su casa, o al trabajo de su padre. Por entonces, el vino era la bebida por excelencia de los trabajadores. Antes de la Segunda Guerra Mundial algunas fábricas y talleres de Francia pagaban parte del jornal en vino: un litro diario para cada obrero. En la época de la foto eso ya no era tan fecuente. El estado del bienestar avanzaba y, con él, llegaban nuevos aires en el ámbito de la salud pública. De hecho, en la década de los 50 se empieza a cuestionar una costumbre muy arraigada en las escuelas: dar vino a los menores. En 1956, un decreto del gobierno francés prohibe ese suministro hasta que los alumnos no hayan cumplido los 14 años.

Pero volvamos a la calle Mouffetard. Quizá el protagonista se está ganando unos céntimos llevando ese par de botellas desde la tienda de ultramarinos de la esquina hasta el domicilio de algún cliente. Es el último eslabón del comercio del vino. Se siente importante. Y nosotros nos hacemos la segunda gran pregunta: ¿qué  vino contienen las botellas? ¿Es tinto o blanco? ¿Es joven o tiene crianza? ¿Es bueno? Nunca lo sabremos, pero podemos encontrar alguna pista en una estadística de 1939, justo a las puertas de la guerra. Los datos revelan que el vino más consumido por los parisinos de la época provenía del sur de Francia. Los tintos de Languedoc y de Provenza, vinos mediterráneos hechos de garnacha, cariñena, cinsault y monastrell, se llevaban nada menos que el 40% del mercado de París. A muy corta distancia les seguían, sorpresa, los tintos producidos en Argelia, entonces perteneciente a Francia. Más lejos venían los blancos del Loire, con un 6% de cuota. Burdeos apenas suponía un 5% del total de vino que se bebía en París. Sorprendentemente, los vinos de Borgoña tenían una presencia insignificante. En conclusión, el niño retratado por Cartier-Bresson está llevando probablemente un vino grueso y potente que acompañará algún contundente estofado popular. 

El niño se llamaba Michel Gabriel y de mayor mantuvo el contacto con Henri Cartier-Bresson. Hay una divertida anécdota que cuenta cómo el fotógrafo, ya octogenario, se presentó a la fiesta del 50 cumpleaños de Michel con una botella en cada mano e imitando la pose y el gesto de la fotografía. Poco después, Cartier-Bresson dejó escrito que, en realidad, las botellas que el Michel niño llevaba no contenían vino sino "agua de lluvia". Nos quedamos con la duda y esa será, para siempre, la tercera pregunta de esta foto inolvidable.