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Conde de los Andes Semidulce 2003: un culto clásico

Conde de los Andes Semidulce 2003: un culto clásico

Descubre un vino lleno de gracia natural

Uno de nuestros vinos más ocultos es especialmente encantador y merecería conocerse más. Aunque no demasiado: queda un número de botellas limitado. Hablamos de Conde de los Andes Semidulce 2003, algo más que un vino blanco. Se trata de todo un testimonio clásico de un tipo de producto que tuvo momentos de gloria y afición. Ahora este estilo de larga tradición riojana vuelve a renacer de la mano de algunos elaboradores actuales, que toman como inspiración y referencia un vino histórico como el nuestro. En otras palabras, el Semidulce de Conde de los Andes es algo así como el patrón original.

Y es que a lo largo del siglo XX, nuestra bodega de Ollauri se especializó en elaborar parte de su uva blanca como vino semidulce, para atender una demanda local e internacional que requería vinos de aperitivo, sobremesa y ?tardeo?, como se diría en la actualidad. La personalidad suave y deliciosa de este producto, con un agradable punto dulce muy sutil y a la vez con un toque de acidez equilibrado y muy bien puesto, lo convierte en un vino versátil y apto para muchos momentos. A nosotros nos gusta recomendarlo incluso para acompañar ciertos platos con puntos dulces, como algunos patés, terrinas, ensaladas con aliño agridulce, quesos azules y cremosos, apertivos de hojaldre... Por supuesto, es ideal con postres y meriendas.

Su elaboración es clave. Tras la vendimiar la uva con un avanzado grado de madurez, se prensó y fermentó como cualquier vino blanco, pero el proceso de fermentación se detuvo deliberadamente para mantener parte del dulzor natural de la uva. El vino maduró durante un año en barricas de roble y ha envejecido en botella por espacio de más de 15 años. La añada viegente es, como se ha indicado, la de 2003.

En cuanto a su cata, reproducimos un fragmento de la nota publicada en el blog Vinos Clásicos, a cargo del colectivo G-12: 

Buena intensidad, expresivo, con un acento meridional muy marcado. Sobresalen apuntes de hierbas de monte, té de roca, garriga, flores blancas, retama de olor, acacia y un punto amielado de fondo que se confunde con el pomelo y la infusion de citronela. Más cercano a una mistela mediterránea de lo que cabría esperar de una viura riojana. Abierto, gozoso, sin un exceso de complejidad pero totalmente entregado. Ordenado, dejando espacio poco a poco. Se abre sin dificultad a notas cremosas de la barrica y a un suave tostado.

Sorprendentemente en boca tiene un dulzor moderado, más en la línea habitual de los clasicos semidulces riojanos que de un vino dulce propiamente dicho; lo que contrasta con la gran cantidad de registros percibidos anteriormente. Equilibrado, algo grueso, sabroso, más amplio que largo, con una acidez correcta y un final suficiente. 

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