En Sierra Leona, las distancias no se miden solo en kilómetros. Se cuentan en horas de baches, en carreteras rojizas que parecen encenderse bajo el sol, en el aire denso y húmedo que se pega a la piel, y en un paisaje que estalla en mil verdes diferentes. Pero también se miden en gestos: en saludos que brotan espontáneos, en niños que corren detrás del coche riendo y gritando queriendo saludar, en los mercados bulliciosos donde los colores y los olores pelean por hacerse un hueco.
Ese es el escenario en el que llevamos años trabajando con Fundación MAGA para que la educación y la formación lleguen allí donde más se necesitan.
Esta vez, el motivo principal de nuestro viaje ha sido la inauguración de la Casa Leone Hospitality Training School en Bureh Beach. Posiblemente, nuestro proyecto más grande y ambicioso hasta la fecha.
Bureh está cerca de Freetown, la capital, que es un caos ingobernable de motos, coches, vendedores ambulantes y cláxones que nunca callan. Allí, el Atlántico se rompe en olas contra la costa, y es en ese rincón donde hemos abierto este centro con un objetivo claro: formar en hostelería a jóvenes en situación de vulnerabilidad, ofreciéndoles una oportunidad real de futuro.
Lo emocionante de este lugar es que la formación no se queda en las aulas. Los alumnos practican en el propio centro, atendiendo los bungalows que esperamos pronto puedan acoger a viajeros y turistas. Además, gestionan un restaurante cuyo sueño es servir comidas asequibles a las personas con menos recursos de la zona, integrando formación y ayuda social en un mismo espacio.
Desde la costa, continuamos el viaje hacia el interior. Primero por carreteras asfaltadas, luego por caminos de tierra que se van estrechando hasta tener que seguir a pie. Así llegamos a Kathombo, una aldea de difícil acceso, tras horas de caminata por la montaña. Allí, hace tiempo, levantamos una pequeña escuela. El silencio del monte se interrumpe por las risas y los cantos de los niños que, al vernos llegar, se animan y se ponen a bailar sin ninguna vergüenza. Y aunque llegar allí no sea fácil, estar en Kathombo nos recuerda por qué merece la pena cada kilómetro andado: porque la educación, aunque humilde, tiene el poder de transformar destinos.
Kathombo es tan especial para nosotros que incluso hemos elaborado un vino que lleva el nombre de la aldea. Con la compra de nuestro vino Kathombo, colaboras directamente con los proyectos de Fundación MAGA, destinando el 100% de la aportación a iniciativas de la Fundación. Conoce más sobre este vino solidario y cómo conseguirlo aquí.
Nuestro siguiente alto es en Bumban, una aldea a la que tenemos mucho cariño. Allí, junto a Coco —responsable de Escuelas Warawara— reconstruimos una escuela que estaba prácticamente en ruinas. Medo, buen amigo sierraleonés, se encargó con sus manos de toda la carpintería. Hoy, esas aulas tienen techo firme, luz y espacio para que los niños puedan estudiar sin miedo a que la lluvia lo inunde todo.
Y, como en cada viaje, hacemos una parada obligada en Lunsar, para visitar a las Hermanas Clarisas. Con ellas levantamos hace años una escuela de primaria que sigue funcionando gracias a su dedicación diaria. Las hermanas trabajan cada día para que los niños de la zona puedan estudiar, crecer y soñar con un futuro distinto.
Cada parada en Sierra Leona es una mezcla de paisajes, gente, de anécdotas y de aprendizaje. Es un país con retos enormes, pero también con gente llena de energía y ganas de salir adelante. Desde Fundación MAGA queremos seguir realizando proyectos que no solo construyen edificios, sino también posibilidades para muchas vidas.
Descubre más sobre nosotros y cómo colaborar en nuestros proyectos en www.fundacionmaga.org






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